jueves, 24 de septiembre de 2009

Entrevista Gisela Valcárcel

PUBLICACION:Revista Somos
FECHA :14/08/1999
EDICION :SED
SECCION :Entrevista
PAGINA :S26
FUENTE :BETO ORTIZ

TITULAR :Gisela Valcárcel

Retroceder nunca, rendirse jamás (II)

Por BETO ORTIZ

Está más guapa y menos sobrada. Más reposada y aunque parezca mentira, más contenta con su divorcio de lo que jamás estuvo con su matrimonio. Y pese al cargamontón, está estrenando una inusitada habilidad para reírse del qué dirán. Luego de un saludable silencio, regresa con nuevos proyectos: está preparando El submarino, una obra con Guillermo Dávila y Cattone. Y después, quiere convertirse en la versión nacional de la periodista Barbara Walters. Nada menos. Por lo pronto, está aquí para hacer lo que mejor le sale: hablar. Y habla de todo. Del escriba Vidal y de cómo el cuerazo de Viviana Rivasplata pronto tendrá que lustrarle los chimpunes al travieso Robert. ¿Tras cuernos, palos? Relájense bambis, que esta chica de La Victoria sí que sabe usar los puños.

¿De qué color es tu pelo?
Castaño oscuro.

¿Lo volverías a su color natural?
No, porque tengo facciones muy fuertes, el rubio me las suaviza un poco, además me encanta ser rubia. Me quedo rubia.

¿Qué es lo peor que han dicho de ti en los diarios?
En la época de Confidencial me convirtieron hasta en narcotraficante. Han seguido a mi hija a la salida del colegio, desde que amanece el día hay una cámara en la puerta de mi casa y digo qué pasó, qué hice hoy. ¿Estoy embarazada? ¿Estoy siéndole infiel a alguien? ¿Tengo un galán español?, ¿Me caso mañana con Bruno Cavassa? ¡Tengo que leer los periódicos para enterarme qué está ocurriendo en mi vida!

Pero algunos ya te han agarrado de punto, de punching-bag. Y ya les gustó.
Sí. Lo que no saben es que a mí no me han dañado todavía, no me han tocado las fibras más íntimas, o de repente ya no las tengo. Tampoco me voy a pasar la vida desmintiendo y rectificando todo lo se les ocurra decir en los diarios. Hay gente que es tan patética que cree que la vida que vive Roberto ahora me puede afectar a mí, que refregándome que lo vieron aquí o allá con Viviana Rivasplata, yo voy a sufrir. ¡Roberto ya no me duele nada!

¿Seguro?
¡Es historia! Y se han creído el cuento de que soy la pobrecita de la pantalla a la que le caen todas las desgracias juntas. Dicen que él me pidió el divorcio, eso es una mentira, fui yo quien se lo pidió. Murió la flor, señores. Los periódicos dicen "no quiere hablar de esto, se niega a responder lo otro..." ¡Y ni siquiera me lo preguntan! Yo respondo a todas las preguntas.

¿Todas?
Seguro. Si me hacen una pregunta demasiado comprometedora, respondo: eso es algo muy íntimo.

A ver, hagamos la prueba: ¿Estás enamorada de nuevo?
Eso es algo muy íntimo.

No vale.
Lo que te puedo decir es que estoy en mi mejor momento.

Los diarios te están casando con Bruno.
¿Ya me están casando? Bueno, espérense un poquito, no me puedo casar hasta que no salga mi divorcio.

¿Vas a celebrar cuando salga?
Celebré el día que fui al juzgado a ratificar mi decisión, ese día hice una reunión en mi casa, fue toda una celebración.

¿Sigues durmiendo en la misma cama?
Nooooo, de ninguna manera. La cama hay que cambiarla. Pensé que esa cama ya no era mía, así que me compré una nueva.

¿Más chica?
No, ¡mucho más grande!

Suenas chocha con el cambio.
¡Sí! Este ha sido mi año espectacular porque decidí mi separación. El primero de enero lo pasé con Roberto a pedido de él, de los tres años de matrimonio era el primero que pasábamos juntos. Me pidió esta última oportunidad de reunirnos y me dijo que si hasta el día 3 nos arreglábamos, volvíamos a juntarnos. Yo decidí darle un último chance a mi matrimonio, pero a las 3 de la mañana del 1 de enero me dije: no va más.

¿En qué momento de esos 3 años decidiste que ese matrimonio no funcionaba?
Estuvimos juntos todo ese tiempo pero empecé a separarme...

¿El día que te casaste?
Mmmm... va a sonar muy mal, pero... creo que... sí. Todo empezó como raro, como mal. Hemos tenido momentos espectaculares, como cualquier matrimonio, pero de repente entendimos que no éramos el uno para el otro.

¿Volverías a decir que los hombres son como el papel higiénico, se usan y se botan?
No. Eso estuvo muy vulgar. Los hombres son seres absolutamente distintos a nosotras pero con los que, después de todo, se puede negociar.

¡¿Negociar?!
Sí. Con algunos se puede, con otros tienes que llamar a un abogado para decirles: "no negocio más contigo".

Suena muy desolador.
Pero es la verdad, ¿no? Yo negocio contigo porque te amo. Vamos a negociar el que hoy yo vea tu partido y el que tú mañana me dejes ver a Mónica Zevallos.

A eso se reduce el matrimonio.
Yo creo que sí.

¿Nunca pensaste que aquella boda con efectos especiales fue un exceso?
Hice una fiesta como los demás querían, pero esa no era mi fiesta. Yo, al principio, hice una lista de 200 personas.

Algo franciscano...
Quería algo íntimo, pero luego vinieron y me dijeron no, así no se pueden casar, necesitan por lo menos 2000 personas.

¿Y dónde está escrito que la gente conocida tiene que invitar a 2000 personas? ¿Quién te lo ordena?
Nadie, pero me decían tu público se va a decepcionar.

Al diablo con el público, entonces.
Eso pienso ahora, pero entonces era distinto. Tuve que bancarme una ceremonia en la que sí, estaba la gente que quería, que era la minoría, pero también una multitud de gente que ni conocía y que me besuqueaba por todas partes, en las mejillas, en el cuello, horrible.

Sin embargo, ¿ te volverías a casar?
No así. Invitaría a 40 personas a algún lugar fuera de Lima para luego decirles, ¿saben para qué están aquí? Bueno, esta personita que está acá se tiene que poner terno y usted, padre César... ¡póngase la sotana y vuélvame a casar!

¿Y en esos 40 invitados estás considerando a la familia de él?
Sí.

¿Y a sus amigos? ¿Tienen amigos comunes?
Supongo que tendremos amigos comunes. Eso espero.

Casi caes.
Ja, ja, ja. Casi, casi. Sé por dónde vas.

A la luz de los años, entonces, reconoces que aquello fue demasiado.
Fue un cuento de hadas. Si no hubiera sido un cuento no hubiera tenido final.

¿Cuento como ilusión, como invento, como mentira?
Todo eso junto. Mi matrimonio fue un cuento. Y eso ponlo, por favor.

Mucha gente se te fue encima cuando opinaste sobre el tema de Tiwinza. Y lo que dijiste resultó profético. El gobierno terminó resolviendo el asunto con la solución que tú habías planteado: regalarles "ese pedacito"... ¿Te molestó mucho que se burlaran de tus opiniones?
No te imaginas cuánto. A mí me afectó mucho no poder responder en el canal, porque no era capaz de faltarle el respeto al señor Hildebrandt. Fueron dos días horribles en los que regresé a mi casa a llorar a mi cama. De impotencia. Es horrible cuando la gente, por ganarte, te quiere refregar cosas tan soberbias como: Yo soy el que sabe, yo soy el que estudió, yo soy el que ha leído. Tú no. Y yo tenía ganas de decir ¿Quién le dio a ese señor el diploma de opinador profesional? ¿No tengo derecho a opinar porque no salí de una universidad?

Te sentiste despreciada.
Horriblemente. Fue algo muy perverso. Y lo que más me hacía hervir la sangre eran esas ínfulas de titularato...¡alucinantes! Un titularato que, además, nadie sabe de dónde sacó. Si tienen título de algo, me alegro, pero eso no les da derecho a menospreciar a nadie. Todo lo que has peleado en la vida merece respeto.

Hablando de pelear, tú has dicho que prefieres negociar, pero que vienes de un barrio en el que o peleas o te matan.
Sí. Lo he dicho y lo repito. Cuando yo era chica mi mamá nos ponía un colchón en el suelo para enseñarnos a pelear.

¿En serio?
Todos los sábados. Eramos cuatro mujeres. En el barrio, todos decían "oye, no te metas con Gisela porque su vieja le enseña a pelear tipo karate". Me enseñó que si alguna vez alguien me pone un dedo encima, yo tengo que apretar los dientes y empezar a golpear. Cuando yo tenía siete años, un niñito que se llamaba Lucho Palacios me puso cabe y me dio de patadas y llegué a mi casa con mi mochila, llorando a mares. Mi mamá me preguntó qué me pasaba. "Mamá, Luchito me ha pegado, ayúdame". Y mi mamá me dijo: "¿Qué cosa? ¿Ayúdame? Si tú no bajas en este instante y le pegas, yo te rompo el alma por idiota". Tuve que bajar con mi mamá detrás con el chicote y grité: "¡Lucho, te voy a pegar!" El, por supuesto, soltó la carcajada: "¿Ah, sí? ¡A ver, pues, ven!" Tenía tanto miedo y tanta rabia mezclados que apenas lo tuve delante le saqué la mugre. Nunca más nadie se atrevió a meterse conmigo. Y en el barrio ya sabían que si había que pelear, tenías que llamar a Gisela.

Imagino que no tendrás ganas, pero hablemos de la nueva literatura peruana.
Ay, Dios mío. Bueno, pues, qué remedio. Hablemos.

¿No fue un error responderle a Carlos Vidal?
No. Y hacerle un juicio tampoco.

Pero si no hubieras dicho nada, el escandalito hubiera muerto más rápido todavía.
Pero es que cuando pasó lo del libro, hacía un mes acababa de presentar mis papeles de divorcio y sentí que hubo gente que pensaba: "Gisela está sola, vamos a acabar con ella". Y lo que yo necesitaba en ese instante era decirle a todo el mundo: "A mí no me acaban, porque yo nunca he estado acompañada. Yo he nacido sola. Siempre me he defendido sola. Y sobre todo quise decirle a esa persona que escribió ese librito, lo mismo que le digo ahora: ¡Pobre tonto! ¡Eran nuestros recuerdos! Buenos o malos, ¡pero eran nuestros! Cómo me hubiera gustado poder invitarlo a mi casa y matarnos de risa. Y eso ya nunca más podrá ser. Todo por un estúpido librito.

No lo conozco, pero a juzgar por las cosas que hace y, sobre todo, las que dice, Carlos Vidal no parece precisamente un gran tipo.
Bueno, yo no opinaría mal de él. Es una buena persona, tiene un alma bien blanca, lo que pasa es que le han metido ideas.

Pobre hombre.
Es una persona muy débil, él va para donde va la ola.

No reconocerías que elegiste mal, que fue una lamentable equivocación.
No, no, no. Yo lo quise bastante y supongo que él también a mí. Pero yo le voy a ganar ese juicio. ¿Y qué ganó él? He leído que le pasan cosas terribles, la gente le dice de todo. El tipo que escribió el libro sobre Lady Diana y ganó un millón de dólares, vive recluido en su casa porque la gente lo odia. ¿Y él cuánto ganó? ¿Quinientos soles, mil? Una persona pensante no arriesga tanto por tan poco. Perdió todo. Y va a seguir perdiendo. Me da pena.

¿Volverías a ser su amiga?
No. Que Dios lo bendiga, pero eso sí, cuando yo esté caminando por esta vereda, él tendrá que irse a diez paralelas más allá.

Si ya no estás buscando ni otro Vidal ni otro Martínez, ¿qué estás buscando?
Alguien que no necesite aparentar nada a mi costado, que no necesite decir que tiene un Mercedes del año en la puerta, quiero que venga, no sé, en un Fiat del 79. No es una pose, es la verdad.

¿En qué momento te cansaste de ese esfuerzo permanente por gustar?
Todos los que hacemos televisión queremos gustar. Y llega un momento en que te preguntas, ¿por qué no vivo la vida que a mí me da la gana vivir? Este año, por ejemplo, he caminado por las calles. Te parecerá una tontería, pero es algo que no hacía en mil años. Tenía ese sueño, así de simple, salir a la calle y caminar. Y lo hice, me fui a España y caminé tanto, y pensé: ¡Dios mío, qué poco he vivido!

Te exigías ser estrellita las 24 horas del día.
Me estaba exigiendo gustarle a todo el mundo todo el día. Jamás iba a un lugar público.

Vivías en una burbuja.
En un submarino y, por coincidencia, ese es el nombre de la obra de teatro que vamos a hacer. Yo no me sentía por encima de todo, porque, desde arriba, por lo menos puedes mirar, yo me sentía debajo de todo. No conocía nada. En marzo entré a la discoteca The Edge y estaba tan feliz, tan alucinada...

Te sentías una marciana.
¡Sí! ¡Me di cuenta de que ni siquiera sabía bailar! ¡Me había quedado congelada en otra época!

¿Hacía cuánto tiempo que no salías a bailar?
Once años.

No puede ser.
La última vez había ido a bailar a una discoteca que en mis tiempos era muy linda: el Percy's. Hace poco regresé y.. ¡olía a pila! Y lo que se bailaba era, ¡olvídate!...

¿La parranda de Panamá?
Ja, ja, ja, ¡casi, casi! La última canción que había bailado en una discoteca había sido Isla para dos ¡Saca tu cuenta! Y cuando me tocaron Lola, de la Charanga Habanera, dije, ¿qué es esto? Me estaba perdiendo de todo sólo porque la gente no me viera. Ahora no me importa, si me quieren ver, que me vean, si me quieren grabar, que me graben.

¿Te ilusiona mucho lo del teatro?
Muchísimo. Hacer una misma obra todos los días y hasta dos veces por día, no va conmigo. Lo estoy haciendo porque el tema es el divorcio, porque el compañero es Guillermo Dávila y porque el director es Oswaldo Cattone. Y fui yo quien pidió hacerlo, la idea se me ocurrió a mí: un día me senté con Guillermo, él venía de un divorcio y yo arrastraba el mío, y empezamos a hablar de quién le lustraba los zapatos a quién. ¡Yo le lustraba los zapatos a Roberto! ¡Y Guillermo los había lustrado también!

¿Los zapatos de Roberto?
Ja, ja, ja. No, pues, los de su ex mujer. Me pareció increíble que él fuera capaz de hablar de eso, porque los hombres no hablan de eso. Y allí surgió la idea, ¿por qué no hacer una obra sobre la convivencia? Sobre lo que tiene que pasar para que al principio, cuando se pierde el control remoto, él venga todo amoroso y te diga: gordi, mami, vamos a buscarlo, ¿ya? Y te dé un besito y que a los dos años eso se convierta en: ¿Dónde mieeerda metiste el control remoto?

Vas a desencadenar una ola de matrimonios entre la gente que lea esta entrevista...
¿Estoy mintiendo? Estoy diciéndote la purita verdad. Por eso la obra que vamos a hacer se llama El submarino, porque comienza diciendo: "El matrimonio es como el submarino, puede flotar, pero fue diseñado para hundirse".

Fue Gisela Valcárcel y otra pastilla para levantar la moral.
Pero es que yo también dije: "no puede ser, Dios mío, qué pena". Pero es así. Lo siento mucho, es un submarino. Te juro que hay escenas que son tan reales que me he reconocido en ellas. Cuando ensayaba los primeros días se me salían las lágrimas.

¿Cuál ha sido el momento más grave de tu vida?
Diciembre de 1997. Yo estaba en mi casa esperando a Roberto. El me había dicho que estaba en Canta con unos amigos y estaba en Máncora con Viviana. Terrible de aceptar. Terrible soportar su llanto de rodillas, que no, que mentira, que no ha sido así. Terrible. Terrible vivir en el engaño. Nadie en este mundo vale tanto la pena como para que tú engañes a la persona que te quiere. Dile la verdad. Dile: ya no te amo. No engañes. Nunca.

¿Consejo de Gise para las casaderas del nuevo milenio?
Nunca te cases con alguien que te besa con los ojos abiertos.